Odiaba que me desvelara, pero nunca comprendió que esos desvelos eran por culpa suya ¿Qué ganaba él con quitarme el sueño? Yo quería ser feliz, yo quería dormir. Cuando me abrazaba me decía que un día se iba a casar conmigo y que, para entonces, sólo me desvelaría entre sus brazos, sin ropa.
Yo lo amaba, vaya que sí amé a ese hombre: tenía enormes ojos negros, pestañas largas, labios gruesos y una piel morena tan suave y uniforme como el mismo chocolate. Sus musculosos brazos solían rodear mi cintura desnuda, apretarla fuertemente contra su pecho mientras sus uñas se sumergían en la piel de mi espalda, bajando reciamente hacia mi cadera.
Siempre concluía con un "te amo, muñeca" y una sonrisa tan excitante como el pecado mismo. Besaba su mejilla y me recostaba en él...a dormir. Solamente estando a su lado podía dormir tranquila, solamente así sabía que nuestra realidad nos pertenecía.
Meses enteros de puro desvelo, de pura impotencia por no poder dormir sola y tampoco con él. Mi humor se tornó necio, irritante. Comencé a perder la cordura. Comencé a perderlo a él. Lo supe una madrugada de invierno, cuando caí en la cuenta de que realmente nunca fue mío, sino de mi cuerpo: de mi piel, de mis labios, de mis senos. Y yo tampoco fui suya; fui de su pecho, pero nunca de su corazón.
Y entonces descubrí que no hay mejor cura en el mundo que volverte a dormir. A veces estar muy despierta puede hacer daño, puede asustar a los demás. Es preferible dormir hasta que una tormenta vuelva a interrumpirte en tu letargo, y entonces regrese el insomnio, y entonces regrese el amor.
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