Orizaba era él. Usted disculpará si no le pongo nombre propio al protagonista, pero es que Orizaba era de Orizaba. Yo era de Xalapa, pero yo no tendré nombre, yo soy Letras.
Ambos bebíamos aquella noche, él más que yo, por supuesto. Un mojito en la mano y su aliento a hierbabuena: dos detalles que recordaría durante mucho, mucho tiempo.
-Rosalinda, ¿verdad?-, me dijo después de haber tropezado cuando sus ojos se toparon con los míos.
-No, mi nombre no es Rosalinda- le dije-, tú eres Roberto, ¿no?.
-No, mi nombre no es Roberto.
Y entonces Orizaba se dio la vuelta, pero yo lo detuve sosteniendo su mano, evitando así que éste se fuera; se quedó conmigo, se quedó junto a mí para no irse jamás.
Sus rizos, su barba, su voz, Oceransky y Sinatra, y a la mañana siguiente ya me sentía enamorada.
El Aleph, Erich Fromm, Lindo helado, una rosa y un beso, y la historia comienza a existir.
Café con amantecado, paseo por la Xalapa nocturna, circo con tigres y un te amo de despedida, y entonces las cosas tenían que acabar, porque Orizaba era de Orizaba y yo era de Xalapa.
Un monitor de por medio, un ombligo horadado, Alfonsina y Neruda, y la relación no podía seguir más.
Un regalo de cumpleaños, un "no eres mi tipo" y un punto final, y entonces se fue para no volver jamás.
Y es que lo nuestro pasó tan rápido que no tuve tiempo para reparar en lo bonito que se habían dado las cosas. Y es que Orizaba era de Orizaba y yo era de Xalapa, y Orizaba no podía venir a Xalapa siempre que yo lo necesitara. Y, además, yo todavía no tenía idea de que algún día lo iba a necesitar.
"Un 27 de abril perfecto y efímero" |
No hay comentarios:
Publicar un comentario